Buscando entre miles
de cosas guardadas, mi padre, me llama y me dice que encontró la antigua
máquina de escribir de su padre, o sea, mi abuelo. Muy desbordado por tantas
cosas que uno guarda, me dice, te la doy para que la lleves a alguna feria y
que te den lo que quieran, anda, pero yo
ya no quiero conservar tantas cosas.
La traje a casa, muy
entusiasmada se la muestro a mi hija, quien la miraba como algo fuera de este
planeta, porque si bien había visto algunas, no ésta particularmente.
Cuando me detenía a
llevarla para el garage, con el objetivo de pasar en estos días por alguna
feria de antigüedades, y tenerla a mano, le quise dar la última mirada, y mi
mente viajó a aquellos años, donde mi abuelo la tenía cuidada como joya, y
donde me peleaba con mis primos para ver quien podía convencerlo de que nos la
deje para jugar a los oficinistas, y siempre su misma contestación “esto no es
un juguete, esto es para trabajar” y jamás nos la prestaba, solo recuerdo una
vez, que no se como una noche me quedé en su casa, y me la prestó pero con su
supervisión. Nuevamente pensé en llevarla nuevamente al garage, y me vino la
cara de mi abuelo, apenado, llorando por su máquina de escribir, y me dolió el
alma, pensé que seria cruel, desprenderme de algo que no se si tendrá valor
como antigüedad, pero si el valor espiritual y anécdotico que tiene
particularmente.
Tomé la máquina y la
deposité en el estudio de música, y la puse al
lado de la bandeja de vinilos, cerrada, pensando, que quizá mi abuelo
estuviera felíz de saber que está con su
nieta, una de las tantas que solía pedirle en aquellos tiempos el poder jugar
con ella, y ahora con la ciencia avanzada, nadie se pelearía por ella, y con
suerte pueda ir a parar a algún coleccionista que la revendería al doble de lo
que me podrían pagar, pero en el fondo, aquellos lindos recuerdos, no tienen
precios, y el corazón de mi abuelo estaría felíz de que parte de lo que el
quería estar para siempre en manos de un descendiente de su familia, y quizá
seguir pasando de generación en generación contando esta vieja anécdota. Los
objetos no tienen vida, pero la vida se la da quienes amaron o quisieron algún
objeto, como en éste caso, donde
recuerdo ver a mi abuelo sentado en su antiguo escritorio de madera, muy serio,
redactando documentos, o cartas.
No se si es
importante o no, pero me siento libre, y me siento en paz, y no me pregunten
porque, pero si se que algo me dice, que él ahora debe estar satisfecho y
diciéndome, “Ahora sí, llegó el momento de que la tengas y tienes el permiso
para usarla” pero ahora esta antigua máquina de escribir, solo dormirá en paz, al lado de esa bandeja de
vinilos.
SILVIA STIVY BELIZE
En homenaje a mi
querido abuelo DON VIDAL